“Porque por fe andamos, no por vista.” – 2 Corintios 5:7
No se necesita fe cuando todo está claro. Cuando el horizonte es amplio, el plan es lógico, las puertas están abiertas y el camino está iluminado. En esos momentos, basta con caminar. Pero la fe… la fe es para cuando no ves.
Cuando la niebla cubre la senda.
Cuando la voz de Dios suena más como un eco lejano que como un trueno claro.
Cuando todo en ti grita que te detengas, y aun así, algo más profundo te dice: “Sigue”.
Abraham no tenía un mapa cuando salió de Ur. Solo tenía una voz. Una promesa. Un Dios invisible que le pedía dejar todo lo conocido y caminar hacia algo sin nombre, sin forma, sin fecha de llegada.
Y lo hizo.
No porque lo entendiera todo, sino porque confió en Aquel que hablaba, más que en lo que entendía.
Fe no es ignorancia. No es cerrar los ojos a la realidad.
Es abrirlos más allá de lo que se ve.
Es entender que hay una realidad más alta que la visible.
Es abrazar la tensión de lo no resuelto, y aun así caminar.
Jesús llamó a Pedro a caminar sobre las aguas. El mar seguía agitado. El viento no se detuvo. Las olas no bajaron.
Pero la palabra “Ven” fue más sólida que el agua misma.
Y Pedro se bajó de la barca.
Él no fue el más preparado. No fue el más estable. De hecho, se hundió. Dudó. Tuvo miedo.
Pero caminó.
Y esa es la diferencia entre fe viva y fe teórica.
Fe no es no dudar. Es seguir incluso mientras tiemblas.
Fe no es tener respuestas. Es tener dirección.
Fe no es seguridad. Es obediencia en medio de la inseguridad.
“Fe no es ver claro, es caminar cuando la luz solo alumbra el siguiente paso.”
Y esa luz, a veces, no alumbra el destino. Solo el paso inmediato.
Y eso basta.
Porque el que va delante conoce el camino, incluso cuando tú no.
Los héroes de la fe en Hebreos 11 no obtuvieron todo lo prometido en esta vida. Muchos murieron creyendo. Esperando. Luchando. Sin ver completamente lo que Dios les había dicho.
Y aun así, el texto dice que el mundo no era digno de ellos.
Eso es lo que hace la fe: te desconecta del tiempo, para anclarte a la eternidad.
Te hace caminar con una brújula distinta. No la del resultado, sino la de la confianza.
Una fe que no depende de cómo termina todo aquí, sino de quién sostiene todo siempre.
Y cuando las dudas llegan —porque llegan—, la fe no desaparece.
Se recuerda.
Se renueva.
Se declara en medio del miedo: “Creo, aunque no veo. Camino, aunque no entiendo. Confío, aunque tiemblo.”
Quizás hoy estás en un punto del camino donde todo es bruma. Tienes más preguntas que respuestas. Estás cansado. El silencio pesa. La lógica dice que te detengas.
Pero la fe dice: “Da otro paso.”
Y no es porque tú seas fuerte. Es porque Él es fiel.
La fe no te nace del alma como una chispa humana. Es un regalo que viene del cielo.
Y si Él te lo dio, también te sostendrá mientras lo ejerces.
Dios nunca prometió mostrarnos todo. Pero sí prometió caminar con nosotros.
Y si Él está al lado, entonces el siguiente paso, por incierto que sea, está sobre tierra firme.
No te detengas.
No retrocedas.
No esperes a ver todo claro.
A veces, el milagro no es la respuesta. Es el paso.
Ese paso que diste cuando todo en ti decía que no.
Ese paso que fue más oración que decisión.
Ese paso que rompió la lógica, pero honró al cielo.
Porque eso es la fe:
Caminar, aun cuando no sabes cómo sigue el camino… pero sí sabes quién lo trazó.